La vieja haya centenaria



Se aferra el árbol a la Tierra, de la que forma parte, mientras duerme. Se internan sus raíces en el suelo congelado y duro, rodean sus brazos las rocas, se revuelven en la oscuridad profunda de muertos y lombrices. Mientras duerme, descansa y sueña con los miles de amaneceres que respiraron sus hojas, con los cientos de otoños de despedidas, con aquellas muchas primaveras de despertares y esperanzas. Descansan sus raíces y sus ramas, agotadas de soportar millones de hojas, millones de vientos violentos, fuegos, aves y ardillas, devorando los años que alimentan a su copa inmensa de vida y oxígeno. Se hielan sus raíces de musgos, morada de hongos y trasgos, aguardan su nueva Historia al final del frio, cuando el petirrojo vuelva a su nido, cuando las abejas salgan a deambular entre flores y praderas, cuando el Sol recupere el color y este invierno pase a ser un recuerdo anclado en el suelo en las ramas subterráneas de esta vieja haya centenaria. Algún día seremos árboles, agarrados a la Tierra de la que formamos parte, si es que entonces quedan árboles para ser, oxígeno que respirar, Vida que cobijar. Observa lo que serás, contempla lo que fuiste, protege lo que eres, porque el verde de los árboles forma parte de tu sangre; porque cada átomo que te conforma nació en el corazón de las estrellas, pero se hizo Vida en las hojas de los árboles, respirando amaneceres, descansando miles de inviernos, soñando con tus sueños breves y minúsculos, sobreviviendo, inspirando, cobijando, pintando de verde la Vida viviente de los Bosques y los sueños.

Juan Goñi

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