Perder el Tiempo.



 Peder el Tiempo... para ganarlo.
En las alturas de Irati.

“Las urgencias ulceran casi todo: desde la trasparencia misma a la ternura, desde el paisaje al futuro. Todos los que contemplamos todo lo que podemos sabemos que la gran víctima del dramático uso del tiempo que hacemos es el espacio, el derredor. Lo siembran de líneas rectas, asfalto, ruido y humo. El paisaje huye ante semejante ejército energúmeno. De que lo mirado goce de libertad, como el corzo, depende tu propia libertad. De tu libertad depende tu conducta moral. […] La compasión es virtud lenta es decir que comienza con la paciencia, esa que han tenido la vida y sus procesos, el tiempo y los paisajes para ir haciéndolo todo conforme a su posibilidad de durar. Cuando afirmamos que la primera tarea del pensamiento ecológico es que incorporemos lo obligación moral de conservar el futuro, es decir que los pasados se hagan presentes en los porvenires, no estamos más que intentando derrotar al tiempo devorador con su hermano el tiempo acrecentador. 

El uso del tiempo, en efecto, puede ser devastador o acrecentador. Nada tan prolífico como tener tiempo para perderlo. Nada tan ejemplarizante como saber, por ejemplo, que nuestra estirpe caminó durante un millón y medio de años, cabalgó durante los últimos quince mil y va en coche desde hace ciento cincuenta. 

Por las mismas razones cabe preñar de tiempo sosegado no solo a nuestra conducta sino a cualquiera de las formas de comprensión y disfrute de la belleza. Como mínimo a bordo de la música. Entre otros motivos porque es lo que más cerca queda de la verdad. La música, que tantas veces atiborra nuestros tímpanos cuando estamos en medio de la Naturaleza, es la impresión expresada por lo palpitante. Es un diálogo de sensibilidades en directo, instantáneas, sin soporte virtual ninguno. Sin más intermediario que la transparencia del aire. Al carecer de materialidad y de peso deja la mejor huella, la que no pesa y se alberga en lo más profundo de tu memoria sensible. Es tiempo organizado que pretende no borrarse. Pero la música de lo espontáneo no puede ser bella sin quien la escucha y por tanto, como algunas de las mejores formas de contemplación, te convierte en artista. Es tu placer al desplegarse el que se convierte en compositor. Pero también nos libera de la miseria de tu pequeña contingencia temporal. Las armonías del paisaje estaban millones de años antes, estarán seguramente todavía mucho tiempo. Antídoto esencial en consecuencia contra todos los acabamientos. La belleza también busca, como el agua cantarina, la eternidad.”

Joaquín Araújo Pociano, en su discurso de ingreso a laReal Academia de las Letras y las Artes de Extremadura, el 24 de marzo de 2012, recogido en su libro "Éticas y Poéticas del Paisaje". 

¿Tienes un momento para "perderlo"?


Hélène Grimaud interpreta el Adagio del 
Concierto para Piano nro. 23 de W.A. Mozart.

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