¡Miedo!




Extraída de Internet como ejemplo publicitario de una montería (masacre).


Cuando entro en el bosque todo huye. Escucho al mirlo lanzar su apresurado trino de alarma y lo veo huir y esconderse entre las brozas. Si me ven, los arrendajos gritan su espanto alborotado, avisando a todas las criaturas del bosque: “¡el mono desnudo ha llegado!”. La becada, que adivino pávida, permanece nerviosamente quieta bajo el haya. Jabalíes, corzos, ciervos, zorros y ardillas, gavilanes, pájaros carpinteros, ratones de campo y cárabos… todos se escabullen horripilados... Quizá los árboles, si pudiesen, también huirían ante mi presencia pacífica. Y yo me avergüenzo hasta la lágrima, hasta la nausea, hasta el ahogo.

Cuando me adentro en el humedal los coloridos bandos de patos levantan rápidamente el vuelo y desaparecen tras los juncos. Los habitantes emplumados de los limos salen apremiantes de mi vista: zarapitos, archibebes, correlimos y andarríos, vuelan raudos trinando su recelo. El aguilucho lagunero permanece cuidadosamente a buena distancia y el avetoro permanece paralizado entre el cañaveral confiando en pasar desapercibido. La garza grazna fuerte para que todos guarden el máximo cuidado, salvaguarden su vida y se guarezcan: “¡el mono desnudo ha llegado!”. Su miedo me humilla, su espanto me hiere. 

Cuando paseo por la estepa seca, por entre los sembrados y los rastrojos, cuando mi caminata me lleva al encuentro de sisallos y espartales, todo se esconde. Corre rauda la perdiz y guarda silencio la codorniz. Se mimetiza la terrera y la alondra entre las arcillas, vuela alto la calandria, y el mochuelo lejano no me quita los ojos de encima, desconfiado.  Corren liebres y conejos entre los romeros, a esconderse en su hura bajo los tamarices. La culebra de escalera parece solidificarse, inmóvil bajo el tomillo, confiando en su suerte para pasar desapercibida.  Me vigila el águila real desde su lejano oteadero: “¡el mono desnudo ha llegado!”. Su desconfianza me duele, me abochorna tanto pavor desbocado. 

Todo lo natural corre, vuela o se arrastra para apartarse lo más posible de mi camino. Nosotros, los monos desnudos, provocamos el terror allí por donde pasamos. Poco saben mis hermanos de bosques, estepas y aguazales de mi amor por lo viviente. Porque ellos han comprendido, por dolorosas experiencias previas, que los humanos somos los más crueles y despiadados asesinos. Saben de nuestra suciedad esparcida por su casa, de nuestros griteríos soeces, de nuestras prisas y de nuestros humos. Conocen de primera mano nuestro comportamiento sanguinario y  brutal. Pronto aprenden del poder de la escopeta, del atroz y eficaz horror del veneno, de la espantosa  insidia del cepo. Pronto saben de las mil y una manera que hemos ideado para exterminarlos.   

Y yo me muero un poco cuando los veo asustados, cuando percibo el desasosiego en sus vuelos o en sus carreras. Me humillo y se me encienden las mejillas de tanto sofoco. Abatido caigo presa del bochorno y permanezco inmóvil. Dolorido hasta el asco, los comprendo. Y no consigo compadecerme de nosotros mismos, los bestiales monos desnudos, que salvajes y violentos, hemos conseguido que toda nuestra extensa familia viviente abomine de nuestra existencia. 

Juan Goñi

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